1º Crónicas 4:10 “Invocó Jabes al Dios de Israel con estas palabras: Te ruego que me des tu bendición, que ensanches mi territorio, que tu mano este conmigo y me libres del mal, para que no me dañe. Y le otorgó Dios lo que pidió”.
El nacimiento de Jabes fue muy doloroso, por ese motivo su madre le llamó Jabes que significa “aflicción”. El pasado, presente y futuro de este hombre estaba marcado por el dolor, la tristeza y la aflicción, pero en medio de toda su situación Jabes realizó una oración sincera y llena de fe la cual llegó directo al corazón de Dios. Jabes oró para que su aflicción fuese cambiada por prosperidad, también pidió protección divina y ser librado del mal. Lo maravilloso y sorprendente de esta oración es que se nos dice que Dios le otorgó todo lo que pidió.
Esta historia no está registrada en la Biblia para que nosotros al igual que Jabes oremos a Dios y Él conceda todas nuestras peticiones como si fuese el genio de la lámpara. A través de la vida de Jabes podemos ver como Dios es sensible al dolor y al sufrimiento de cada uno de sus hijos. Dios es nuestro Padre por ese motivo nosotros podemos acudir confiadamente a su presencia para derramar nuestro corazón, expresarle nuestro dolor, nuestros sentimientos y nuestros deseos. Una vez que hacemos esto el Señor responde conforme a su voluntad la cual no debemos de olvidar que siempre es buena, agradable y perfecta.
Todos nosotros antes de conocer al Señor vivíamos en la misma condición espiritual que Jabes. Las vidas sin Dios están llenas de aflicción, pobreza espiritual y afectadas por el mal, pero en el momento que Cristo nos salva lo cambia y lo transforma absolutamente todo. En Cristo somos bendecidos, tenemos una herencia eterna y formamos parte de la familia de Dios. Ahora somos llamados hijos de Dios, nuestro padre oye todas nuestras oraciones, nos guarda del mal y nos sostiene en sus manos hasta que lleguemos al territorio del mundo glorificado en el que reinaremos con Cristo.