2ª Timoteo 4:7 “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe”.
Sabemos a la luz de la palabra que la Salvación es del Señor, es él quien sale a nuestro encuentro para salvarnos en su gracia. El Espíritu Santo produce el milagro de la regeneración y nos regala el maravilloso don de la fe. Dios ha prometido guardarnos hasta llegar a sus brazos de amor, y precisamente porque Dios lo ha prometido tenemos la absoluta seguridad que obtendremos la salvación de nuestras almas. Ahora bien, esta gloriosa verdad no puede hacernos olvidar la responsabilidad que tenemos cada creyente en el proceso de la santificación.
Los cristianos luchamos y nos esforzamos en la gracia. Esto es lo que Pablo quiso recordarle a Timoteo en las últimas palabras de su carta. El apóstol tenía muy claro que gracias a la fidelidad de Dios, él llegaría a la meta, pero a la vez, nos recuerda a todos que durante toda su vida estuvo peleando. Nadie obtendrá la salvación con el pijama y tumbado en el sofá. Si realmente eres salvo entonces a lo largo de tu vida estarás cargando con una cruz, practicando las disciplinas espirituales y luchando con todas tus fuerzas y las del Señor contra el pecado, el mundo y el diablo.
Fue Pablo con la ayuda del Señor el que peleó, el que acabó la carrera y el que guardó la fe. Por supuesto que Dios es el que produce el querer y el hacer, pero somos nosotros los que tenemos que pelear, avanzar en la carrera hasta el final y guardar nuestra fe. Este es uno de los grandes misterios que encontramos en las Escrituras, la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre. Por ese motivo hermano y hermana si eres un verdadero hijo de Dios lucha, pelea, esfuérzate y corre con alegría teniendo el gozo y la seguridad en tu corazón que dentro de muy poco verás y estarás para siempre con el Señor.