Juan 10:27 “Mis ovejas oyen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen”.
En este capítulo, Jesús no solo se presentó como el buen pastor, sino que además dijo algo que realmente impactó a todos los religiosos de la época. El Señor dijo claramente que él era el pastor de un rebaño específico y particular. Un rebaño que el Dios Padre eligió por gracia desde antes de la fundación del mundo. Los judíos estaban plenamente convencidos de que el pueblo de Israel, aquellos que eran descendientes de Abraham, eran los únicos que formaban parte del pueblo de Dios, pero estas palabras de Jesús rompieron todos sus esquemas.
Jesús dijo que él tiene un grupo formado por hombres y mujeres de diferentes naciones, y a este grupo les llamó: “mis ovejas”. No solo tiene un rebaño, sino que además Jesús asegura que sus ovejas, las cuales están repartidas por todo el mundo, en algún momento puntual de sus vidas oirán la voz del pastor y con gozo en sus corazones le obedecerán y seguirán. Jesús conoce a sus ovejas y las ovejas conocen a Jesús. Aquellos que verdaderamente somos ovejas de Jesús reconocemos que Cristo es el único y suficiente Señor y Salvador.
El Señor continúa desde el cielo a través de su iglesia y por medio del poderoso mensaje del evangelio, llamando y buscando a sus ovejas. Una de las marcas y evidencias que revelan si nuestra fe es genuina es la obediencia a la voz del pastor. Si no sigues al pastor hasta el final, entonces quizás no seas una oveja del Señor. Por último, la buena y maravillosa noticia es que Jesús también prometió y aseguró que Él jamás perdería a ninguna de las ovejas que su Padre le entregó. Nuestra salvación está completamente segura porque cada oveja se encuentra desde ahora y por la eternidad en los brazos del buen pastor.