Lucas 18:38 “Entonces dio voces, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!”.
Jesús al entrar en la ciudad de Jericó, en medio de una gran multitud, escuchó el clamor desesperado de un ciego que pedía misericordia para con su vida. Esta escena es realmente increíble y a la vez hermosa. Podríamos decir que la persona que más veía en toda Jericó era el ciego. Él, con sus ojos físicos no podía ver el rostro de Jesús, pero con los ojos espirituales de la fe reconoció que Jesús era el verdadero Mesías. Aquel que estaba sumido en la más profunda oscuridad recibió la luz de la fe. Por ese motivo, clamó con todas sus fuerzas.
A través de sus palabras incluso podemos ver como el ciego tenía una correcta teología sobre la identidad de Jesús. Él reconoció públicamente que Jesús era descendiente del rey David, aquel que vendría para salvar a la humanidad de sus pecados. Desde el momento que el ciego supo que a unos metros se encontraba paseando el Eterno, comenzó a gritar para tratar de captar la atención de Jesús. A través de esta historia podemos aprender varias lecciones para cada una de nuestras vidas.
Necesitamos pedirle a Dios que nos de la misma fe, determinación y pasión que tenía este ciego. La fe precisamente consiste en creer en algo que no vemos. Este hombre sin ver a Jesús, creía que él era la solución para su problema. El ciego sabía que para el Mesías no habría nada imposible, por ese motivo, cuando tuvo la oportunidad de pedir lo que quisiera, sin dudarlo ni un segundo pidió recibir la vista. Finalmente, Jesús no solo le regaló la vista, sino que además le entregó por gracia la salvación para su alma. Aprendamos de este ciego y clamemos al Señor siempre con fe y confianza.