Romanos 14:8 “Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos o que muramos, somos del Señor”.
El apóstol Pablo como un tierno padre tuvo que dedicar bastante tiempo a enseñar y a corregir malas actitudes que tenían los creyentes en diferentes iglesias. En estos momentos vemos a Pablo tratando un conflicto interno que se había producido en la iglesia de Roma. Los cristianos maduros estaban juzgando a los creyentes más débiles con respecto al tema de la comida. Pablo como siempre trataba de ir a la raíz del problema y apuntar al centro del corazón, por ese motivo el apóstol les recordó a los creyentes cuál era su identidad.
Pablo deseaba hacer entender a todos que cada verdadero cristiano es hijo de Dios. Nuestras vidas le pertenecen al Señor, somos suyos y por ese motivo todo lo que hacemos, incluso lo que comemos, debemos hacerlo para la gloria de Dios. Nosotros no debemos estar vigilando y juzgando todo lo que hacen nuestros hermanos para finalmente emitir nuestro veredicto. Lo mejor que podemos hacer es enseñar a todos nuestros hermanos en la fe a vivir para la gloria de Dios. Debemos dejar que tanto el poder de la Palabra como el Espíritu Santo vayan realizando la obra en la mente y en el interior de las personas.
Jamás debemos de olvidar que nuestra identidad como hijos de Dios la hemos obtenido gracias a los méritos de Cristo. Él llevó la vida perfecta que ninguno de nosotros hemos podido vivir y todo lo que hizo lo puso a nuestra cuenta. Nosotros somos aceptados y amados por el Padre por medio del Hijo. Tenemos que luchar con el pecado y vivir agradando a Dios desde el hermoso terreno de la gracia. Toda nuestra vida debemos vivirla para la gloria de Dios, debemos hacer las cosas no por temor a los hombres sino porque deseamos servir a aquel que nos eligió desde antes de la fundación del mundo.