2º Crónicas 21:8

2º Crónicas 21:8 “Cuando comenzó a reinar tenía treinta y dos años de edad, y reinó en Jerusalén durante ocho años. Murió sin que nadie llorara”.
 
El reinado de Joram fue realmente terrible y trajo severas consecuencias a su vida, su familia y al pueblo de Israel. Este rey desvió el corazón del pueblo hacia toda clase de idolatría, cosechó muy malos resultados políticos y terminó muriendo completamente solo y olvidado por todo mundo. Joram no sólo pecó de manera personal, sino que además incitó a muchos a pecar, por ese motivo Dios en su juicio envió una enfermedad incurable a sus intestinos.
 
La Biblia nos dice que absolutamente nadie lloró su muerte. Este despiadado hombre abandonó la tierra sin que nadie lo quisiera, lo extrañara o lo recordara con cariño. Es realmente triste pasar por este mundo, cruzar la frontera de la muerte y caer en el olvido para siempre. Ésta es precisamente la paga y la mayor consecuencia que nos deja el pecado. Quizás muchas personas no sean tan malvadas y despiadadas como Joram, pero si eres pecador, tras la muerte tu nombre también desaparecerá, dejarás de existir y pasarás una eternidad sufriendo en el infierno.
 
La buena noticia que ofrece el Evangelio es que Jesucristo, el hijo de Dios, ha venido para salvar a los pecadores. La muerte ya no es el fin, la muerte es el puente que nos lleva hacia una eternidad en la presencia de Dios. Si crees y confiesas a Jesús como tu Señor y Salvador, después de muerto vivirás, tu nombre no caerá en el olvido porque estará escrito en el Libro de la Vida. Cada uno de nosotros merecíamos el mismo final que el despiadado Joram, pero gracias a la muerte y resurrección de Cristo todos nuestros pecados han sido perdonados, ahora tenemos paz para con Dios y la gloriosa esperanza de reinar por una eternidad.