2º Reyes 25:20 “Y le cambió los vestidos de prisionero, y comió siempre delante de él todos los días de su vida”.
En medio del juicio, el castigo y la ira, Dios como siempre tuvo misericordia y se acordó del pacto que realizó con David. Por ese motivo, Joaquín fue liberado y restaurado. El rey de Judá fue rescatado de la cárcel y colocado de nuevo en el trono, le cambiaron sus vestidos de prisionero y comió el resto de su vida a la mesa de la realeza.
Este versículo con el que termina el segundo libro de los reyes nos recuerda el glorioso y hermoso mensaje que ofrece el evangelio. Cada uno de nosotros éramos enemigo de Dios, merecíamos su justo castigo y su ira, pero Dios que es rico en misericordia decidió perdonarnos, rescatarnos, restaurarnos y salvarnos. Todos aquellos que somos hijos de Dios hemos experimentado lo mismo que el rey Joaquín. El Señor un día nos quitó las vestiduras que teníamos de prisionero y nos ha sentado en los lugares celestiales con Cristo Jesús, por donde estaremos por toda la eternidad.
Jamás olvides que hace muy poco llevabas la ropa de mendigo y prisionero, no estabas a la mesa, sino que por el contrario comías algarrobas entre cerdos. Pero cuando el Espíritu Santo tocó tu corazón y te hizo nacer de nuevo, el Padre corrió hacia ti para besarte y darte una nueva identidad. Recuerda cada día de tu vida que ahora eres hijo de Dios y que nada ni nadie te quitará el sitio que tienes a la mesa del Padre. Como dijo el salmista “el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días”.