Ezequiel 28:2

Ezequiel 28:2 “Hijo de hombre, di al gobernador de Tiro: Así ha dicho el Señor: Tu corazón se ha ensoberbecido, y has dicho: Yo soy un dios, y estoy sentado en un trono divino, en medio de los mares; pero tú eres un hombre, y no Dios, y has puesto tu corazón como el corazón de un dios”.
 
En esta profecía Ezequiel pronunció el juicio que vendría sobre la vida del rey de Tiro por culpa de su orgullo. El corazón del gobernador se elevó tanto que, él mismo llegó a pensar que era un dios que reinaba desde su trono. Pero un día el profeta se presentó para recordarle que sólo existe un Dios en el universo y que él, siempre sería un hombre limitado, débil y mortal.
 
Precisamente, en el huerto del Edén la tentación que Satanás lanzó a la humanidad fue: “seréis como Dios”. Desde ese preciso instante que caímos bajo la maldición del pecado, las criaturas dicen que no queremos reconocer a Dios como el rey supremo. Por el contrario, nuestros corazones se elevan como el del gobernador de Tiro. Las criaturas desean sentarse en el trono para ser como Dios. El orgullo ha llevado a la locura a Satanás, a Adán en el Edén, a reyes y a muchísimas personas en el mundo. Todos debemos vigilar nuestro corazón para no caer en el terrible terreno del orgullo.
 
Los seres humanos afectados e inclinados hacia el pecado buscamos constantemente el trono y la posición de Dios. Todos deseamos ser los reyes y señores de nuestras vidas. En el momento que nuestro corazón se eleva y llegamos a pensar o a sentirnos fuertes y poderosos, debemos recordar que somos hombres y que ni siquiera tenemos el control del siguiente latido de nuestro corazón. Absolutamente todo lo que hemos logrado y cada uno de los dones o capacidades que tenemos proceden de la mano bondadosa de Dios. Dejemos el trono al único que le pertenece y adoremos a Dios con humildad.