Ezequiel 47:4 “Midió otros quinientos metros, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía vadear sino a nado”.
La visión del rio fluyendo del templo promete que, la santa presencia del Señor vendría de nuevo a su pueblo como una fuente sobrenatural que trae vida espiritual. Dios le daría sanidad y los transformaría para cambiar la tierra seca por vida abundante.
Esta imagen es un precioso reflejo de lo que sucede en nuestros corazones cuando recibimos y experimentamos la llegada del Espíritu Santo. Cada uno de nosotros, antes de conocer al Señor, estábamos muertos y secos espiritualmente, pero por medio del glorioso evangelio recibimos un manantial de bendiciones.
Nadie puede detener el fluir del Espíritu Santo, siempre podemos recibir más del Espíritu Santo, por eso debemos profundizar en el rio de Dios para disfrutar de la plenitud y la vida espiritual que Dios desea darnos.
Jesús, en cierta ocasión, hablando con la mujer samaritana la cual tenía el corazón tan vacío como su cántaro, le dijo que de su interior podían correr ríos de agua viva. Cristo desea introducir su río de vida, de gozo y de paz en nuestro interior para saciarnos, pero también para que podamos ser de bendición para otros. No sé en qué situación espiritual te encuentras en estos momentos, pero a través de la visión de Ezequiel tienes que recordarle a tu alma que Dios tiene mucho más para tu vida. Sal de la orilla de la comodidad y de la religiosidad y profundiza en el océano del Espíritu Santo.