Isaías 50:6

Isaías 50:6 “He dado mi cuerpo a los que me herían, y mis mejillas a los que me arrancaban la barba; no he apartado mi rostro de injurias y de escupitajos”.
 
A lo largo de este capítulo se nos muestra el enorme contraste que existe entre los terribles pecados cometidos por el pueblo de Israel y la increíble obediencia del Siervo sufriente de Dios. El Señor Jesús se hizo hombre y vino a este mundo para salvar y sufrir por los pecadores, si Él no se hubiese sometido a la voluntad del Padre ningún ser humano tendría esperanza.
 
Cristo entregó voluntariamente su cuerpo a los tormentos de sus enemigos. Lo desnudaron, lo azotaron, le insultaron, se burlaron y finalmente lo crucificaron a las afueras de la ciudad como si fuese un malhechor. Es realmente triste saber que el Dios eterno mostró su rostro al mundo por medio de su hijo Jesucristo y los seres humanos lo que hicimos en nuestra maldad fue arrancarle la barba y partirle la cara por medio de golpes y puñetazos.
 
Lo justo hubiese sido que en ese momento el Padre arrasara con cada uno de los pecadores y destruyese en un instante el planeta Tierra. Pero la gracia, la misericordia y el amor de Dios es tan excelso que Él permaneció inmóvil desde su trono ya que esta era la única forma que había de poder salvar a su pueblo elegido de una eternidad en el infierno. No olvidemos jamás que nosotros al igual que Israel somos pecadores, rebeldes y desobedientes, pero por el contrario, nuestro amado Señor Jesucristo es inocente, justo, manso, humilde y obediente. Valoremos cada segundo de nuestras vidas el sacrificio que hizo Jesús para salvarnos.